miércoles, 17 de diciembre de 2008

El Quijote de la Mancha: nuevo capítulo (por Misael)

Capítulo VIII y medio
De la aventura de la tormenta y el campesino por la que pasaron Sancho y don Quijote después del incidente de los molinos
Sería la mitad de la noche cuando, durmiendo Sancho y don Quijote bajo el árbol, atravesó el lugar un vendaval como el soplo de una bestia gigante, y fue tal el golpe de aire que se habría llevado la armadura de don Quijote de no ser por su peso, y a punto estuvo de arrancar el árbol, que aguantó por suerte para don Quijote. Mas el asno de Sancho, no pudiendo soportar el viento por falta de fuerza y de juventud, fue arrastrado por el viento y cayó contra el suelo, provocando gran estrépito. Oyendo esto Sancho, levantose y acercose él al animal, que rebuznaba desesperado, haciendo caso omiso tanto a las caricias de Sancho como a sus palmadas en el lomo. Empezó a empujar al burro Sancho por la espalda, tratando de levantarlo, mas no paraba el jumento de cocear al aire y de moverse, por lo que fue imposible para Sancho hacer levantar al pollino.
Fue en esto cuando se despertó don Quijote y, nervioso y apresurado, cogió la armadura y se armó como pudo, con movimientos ya de por sí lentos a los que se sumaba la dificultad del viento. Cuando hubo hecho esto, asió la espada y desenfundó, y quiso dirigirse hacia el camino, mas se interpuso Sancho y no le permitió avanzar.
- ¿Estáis loco, señor? – dijo Sancho a don Quijote -. ¡No podéis ir armado con este viento! Si caéis al suelo, no habrá humano que os levante.
- No soy yo el loco, Sancho, y si, como tú dices, caigo y por mi propia reciedumbre capaz no soy de auparme, será Dios quien lo haga. Mas, ¡atiende, Sancho! ¿Acaso no percibes que este céfiro no proviene de la natura, sino que es el mago Frestón, mi más acérrimo enemigo, aquél que se llevó mis libros, quien lo manda para retenerme? De él proviene cuanta hecatombe sucede en estos enclaves, sea tempestad o rapto, violación de leyes o brujería. Ha oído de mi reciente partida y viene para contenerme, y con seguridad afirmo que va a buscar a mi amada, a Dulcinea, para embrujarla y hacerme sufrir penurias, y que por mi débil espíritu tenga que volver a mi hogar. ¡Nunca sea eso dicho de mí, el caballero don Quijote de la Mancha! Mas, ¡mira, Sancho!, pues el azar nos es favorable, y por ahí viene Frestón, con su báculo de destellos áureos, su alto sombrero, fuente de perversiones, y su capa, presente de Belcebú por cuantas maldades ha perpetrado y por cuantas perpetrará.
Y en efecto, venía por el camino un hombre, un humilde pastor que a su hogar se dirigía, y que vestía un sombrero de paja estropeado que se aguantaba con una mano, mientras que con la otra aguantaba un cayado, el cual apoyaba en el suelo y le permitía avanzar. Llevaba a las espaldas un mantón de lana teñida de oscuro, y la aguantaba de dos puntas con la misma mano con que sujetaba el garrote. En esto estaba don Quijote presto para dirigirse hacia él, cuando se interpuso Sancho en su camino y le habló.
- Pero, señor, no veo yo a Frestón alguno, de no ser que ese sea el nombre de un pobre pastorcillo. Aquél que viene por el camino no es más que un zagal muerto de frío, y no veo yo salir destellos, como decís vos, de ningún báculo, sino que son los rayos de la tormenta los que caen al suelo y no a su cayado.
Miró don Quijote a Sancho con compasión, y luego le habló en tono firme pero tierno.
- Ah, Sancho, ¡cuán cegados están tus ojos, aunque no lo esté tu mente! Es el brujo Frestón el que ves, aunque tus ojos no lo juzguen más que como a un pecuario. Mas cuando acabemos con él y con su vida, todo el mal de la Mancha será finito, y tú dispondrás, no de una, sino de veinte ínsulas como las que te prometí, e incluso mayores, y de otras veinte más cuando hallemos su caverna, en la que guarda magnas riquezas y caros atuendos.
Oyendo estas razones Sancho, fue a por el pastor y, seguido de cerca por don Quijote, se acercó a él, y entre los dos empezaron a propinarle tal paliza que los gritos más desgarradores salían de su garganta.
- ¡Grita, maldito, grita! – le dijo don Quijote -. De nada te servirán ahora tus súplicas, ni pueden los soldados del tártaro subir a auxiliarte, pues yo, don Quijote de la Mancha, soy caballero grandemente temido entre ellos.
Finalmente, recibió tales golpes el pastor que quedó inconsciente, y, alejándose don Quijote, gritó a Sancho que no robara nada al pastor. Amaneció al cabo de unas horas, y don Quijote y Sancho salieron al camino al ver que ya había amainado la tormenta. Vio Sancho que su amo iba con semblante muy serio y sombrío, y le preguntó.
- ¿Qué os ocurre, señor? ¿Acaso no habéis acabado con vuestro enemigo ya? Mirad que se dice que quien ríe último ríe mejor, y no he visto yo a vuestra merced reírse del brujo aquél.
- Debes saber, Sancho – respondió don Quijote -, que no era él en persona el verdadero Frestón, sino que tomó su cuerpo y de él se posesionó para saber en qué menesteres nos ocupábamos, y si temíamos la tempestad que nos enviaba. Mas debemos encontrarlo a él en persona, pues sólo así se cobrará el destino su deuda. Percibo que se acercan males mayores que la borrasca de esta noche, y que nos los envía el mismo ser maligno.
Hablando aún estaba nuestro caballero cuando aparecieron por el camino un grupo de pastores airados que hacia ellos se dirigían. En acercarse no menos de un tiro de piedra, uno de ellos, precisamente el que había sido apalizado por don Quijote y Sancho, cubierto de moratones y heridas, señaló a ambos, y tras ese gesto salieron corriendo hacia ellos todos los pastores, lanzando un grito de guerra.
- ¡Corramos hacia el río, Sancho, pues este ejército de airados campesinos lo remite no sé yo si Frestón o el mismísimo Lucifer!
Y, espoleando a sendos animales, salieron a toda prisa a través de un río bajo que había cerca de allí, y se adentraron en una espesura cercana. Una vez llegaron al final de ella, salieron al camino y continuaron andando. Y fue entonces cuando don Quijote avistó de lejos dos beatos a caballo, además de un carro que iba a una distancia tras ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario