Noche tras noche la misma pesadilla interrumpe mi plácido sueño: La veo volar hacia mí, rozando sus labios con mi boca, pero al sentir su tacto sobre mi piel, un gélido aire teñido de tinieblas la hace desaparecer en la nada. Y ahí me quedo yo, exhausto, sin aliento, intentando hallarla entre las sábanas, pero no está. En lugar de ella solo hay… silencio. Lo curioso de este hecho es que siempre me pasa a la misma hora, justo cuando el sol empieza a asomarse, derritiendo la helada aurora del amanecer.
Llegó un momento que la curiosidad o tal vez el miedo me dieron el ímpetu necesario para hablar sobre esta intranquilidad con alguien. Recuerdo perfectamente que un domingo, después de asistir a misa, me dirigí al padre y le rogué que escuchase mi confesión.
-Ya no puedo más. Esta mujer me está robando la vida. – sollozaba Manuel. -Dígame, señor reverendo, ¿a caso merezco yo sufrir este dolor?
-por el amor de Dios, tranquilícese y empiece desde el principio. ¿Qué es exactamente lo que le pasa?
-pues mire, que ya estoy harto de vivir cada noche la misma situación. Un bello ángel se me acerca, intenta besar mis lágrimas y súbitamente un negro manto se lo lleva.
-Y, ¿qué hay de malo en eso, si al fin y al cabo todo es fruto de su imaginación?
-Pues que tengo la sensación de que la conozco, de que quiere decirme algo pero cuando ve mis intenciones de escucharla, desaparece, justo a la misma hora. ¿No es eso extraño, padre?
-Ah, ya veo por dónde va la cosa. No hay por qué preocuparse. Conozco bien este caso – dijo el reverendo con cierto toque de ironía y de burla.
-¿Cómo dice? – lo interrumpió Manuel, un poco desconcertado.
-Pues que no eres el primero ni el último que sufre la burla de Sotanat.
Manuel se quedó sin respuesta, asombrado con sus palabras. ¿De qué estaba hablando? –pensó- ¿A caso había algo oculto detrás de aquella terrible pesadilla?
-Debes de ser nuevo en la aldea – prosiguió el reverendo. – Todos los habitantes de San Faustín conocen la leyenda de la burla de Sotanat. Ya verá, diríjase a media noche a la Hermandad y analice atentamente los rituales que hacen para prevenirla.
-Válgame Dios, señor Reverendo, ¡no puede dejarme así! Cuéntemelo usted mismo. Ya no puedo esperar más.
Y… el misericordioso padre, sintiendo compasión por el desolado joven, exhaló un suspiro y empezó a contarle la leyenda, que dice así:
Sotanat; que leído del revés se pronuncia Tánatos (muerte en griego), fue el patrón de este pueblo siglos atrás. Cuenta la leyenda que era el futuro heredero de la familia con más prestigio de la aldea. Tenía a su alcance todo aquello que deseaba: libros de química, suculentos manjares, bellas princesas de vecindades lejanas que lo amaban, y montones de francos a su disposición. No obstante, todos estos lujos no complacían al joven. Él deseaba hacer algo que enamorase su alma, algo que lo hiciera sentirse orgulloso. Su sueño era ser caballero y luchar contra dragones y gigantes. Sus parientes y conocidos lo rechazaban por tener esos ideales puesto que perdería el prestigio de la familia y no querían que echase a perder su talento por la química.
Sotanat se sentía incomprendido. No quería ser químico tan sólo porque su padre sería envidiado por sus compañeros. Él quería vivir la vida a su manera, como los héroes de aquellos libros de caballería que había leído en la escuela. Quería luchar contra el mal y sentirse valiente. Lo que le dio el coraje que necesitaba para escapar de aquel mundo cruel, fue que Adela rechazase su amor. Se lo había ofrecido todo, pero ella ya estaba prometida. Aun así no desistió, roció su amor sobre sus labios y la besó, pero Adela no lo correspondió. No se sabe cómo, cuando Sotanat se recuperó del mágico beso que lo hizo enfermar y caer en un profundo sueño, Adela desapareció entre la oscuridad. Cuando llegó el amanecer, el joven despertó, pero no quedaba ni rastro de la mujer que le había robado el corazón. Su desaparición fue el detonante que lo hizo desaparecer de aquella realidad que lo menospreciaba. Y así hizo:
Cabalgando hacia el horizonte llegó a un país desconocido, donde el agua era de colores, las nubes de algodón y el viento olía a hierba buena. Se quedó alucinado con aquel lugar tan exótico. Se adentró en la espesura del bosque y encontró una camada de seres extraordinarios. Eran alados, verdosos, y sus ojos parecían tiernas flores acabadas de recoger. Se acercó a ellos y vio que estaban sumergidos en una agua cristalina, irresistiblemente apetecible. Al deleitarse con el sabor de las frescas gotas, una cegadora oscuridad lo succionó hasta apoderarse de su alma. Fue arrastrado hacia un cementerio, justo encima del lugar donde yacía el cadáver de Adela. Estaba empapado por una tormenta de lágrimas de sangre. Miró hacia el cielo y vio reflejada la cara de su amada, que dibujó una temblorosa sonrisa en su rostro. Sotanat, poniendo en práctica su conocimiento de química, mezcló sus lágrimas con la lluvia de Adela y se formó una hermosa mujer con alma de demonio. La intención del joven era castigar a toda la descendencia de Adela con un infinito insomnio, vengándose por las noches en vela que había sufrido por el rechazo de su amor.
-Y eso es lo que le ha pasado a usted.
Manuel se quedó de piedra. Entonces, si la leyenda tenía algo de verdad, él era descendiente de aquella bella mujer. La idea lo asustó mucho y como no quería bendecir a sus hijos con un absurdo insomnio, ideó un plan.
Le dio las gracias al reverendo por haberle contado la leyenda y se fue a su choza. Se tumbó sobre su cama y esperó a que el sueño le robase sus actos. Una vez inmerso en la repetitiva pesadilla, su inconsciente le hizo coger un cuchillo y rajarse las venas. Su alma vagaba sin rumbo por el aposento, controlando su cuerpo dormido. Hizo que su sangre se mezclara con la lluvia y de esta manera volvió a aparecer aquella dama que intentaba besar sus labios, pero esta vez no desapareció en la nada, le dio la mano y se lo llevó con ella hacia el lugar que había descrito el reverendo al contarle la leyenda. Ponerle fin a la maldición le costó su vida, pero de esta manera pudo sentir el placer de la muerte y recobrar un sueño sin fin que lo había hecho volar hasta un romántico reino legendario.
marta.
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